La navidad es mágica, llena de sorpresas, regalos o presentes inesperados que alegran nuestros días desde nuestra niñez. Pues la navidad del 2016 fue mucho más especial y mágica para mí.
Después de días de felicidad, compartiendo en familia comidas, anécdotas y noches largas de risas, una tarde del 28 de diciembre de ese año, mientras estaba en trayecto por cosas para completar el último almuerzo familiar después de víspera de navidad, en una esquina, precisamente en un parqueadero cerca de casa un pequeño café se asomaba, de una manera torpe y a lloriqueos. Sin pensarlo corrí hacia esa criatura, pequeña y frágil el cual titiritaba de frío y lo adentré a casa contento por su hallazgo. Comencé a criarle, a darle un espacio en mi cama para cuando los truenos sonaran y tuviese miedo, mientras que él me daba muchos momentos de felicidad que se han acumulado con el paso de los años. “Chocolate Antonio” le llamé, aunque siempre le llamo “Choco”. Es una especie de cruce que nadie nunca a ciencia cierta no ha podido descifrar de qué razas, sin embargo, con su pelaje café y sus ojos brillantes y de un color miel casi verdes, es maravilla cuando sale a caminar y se roba la vista de todos.
Hoy en día, Choco es la mejor mascota del mundo, y aunque ya es grande, fuerte y pesado aun sigue buscando mi compañía cuando los truenos se acercan, sin embargo, aún tiene espacio en mi cama para cuidarle de sus miedos.