Estando de paseo por el Eje Cafetero, específicamente en Armenia, Quindio, Jhon Jairo González y su esposa Jackeline Quiceno, vieron un gato flaco y sucio al que le ofrecieron comida y se les acercó al grupo de familiares que estaban departiendo en una calle de la capital quindiana.
Al día siguiente el animal volvió al lugar en busca de comida, aunque muy esquivo, no se dejaba coger, solamente se dejaba tocar. El día en que se regresaban para el Oriente el gato se les apareció en la puerta del carro como pidiendo que lo llevaran y en ese momento se dejó cargar e introducir en el vehículo.
De esta manera el gato viajó a Rionegro, acostado debajo de la silla del conductor, aunque chillando durante la mayor parte del viaje. Pasando por Pereira le dieron agua y comida, le compraron un collar y con el gato más calmado llegaron a Rionegro.
Ya en la casa de los González Quiceno el animal inspeccionó todos los rincones y escogió su espacio en la sala, ya se sentía como otro miembro de la familia y como tal fue llevado a revisión del Veterinario, donde también lo castraron y le dieron un tremendo baño para quitarle el mugre y las pulgas.
Comenzaron a llamarlo Pancho y desde entonces forma parte de la familia y según su dueño, es una compañía muy grata. “Una de las cualidades de Pancho es que a las seis de la mañana, ya sea que arañe la puerta de la habitación principal o se haya escondido desde la noche anterior bajo la cama, nos despierta con gruñidos y si no le ponemos cuidado nos muerde suavemente los dedos de las manos o nos rasga la cabeza para que lo acompañemos al sitio donde tiene la comida”, cuenta Jhon Jairo.
Otro aspecto que despierta el cariño es que Pancho duerme mucho, está gordo, llama la atención por sus lindos ojos y es muy cariñoso y ha permanecido en este hogar por más de cinco años, a pesar de que podría haberse alejado en cualquier momento.