Medidas preventivas para los adultos

 

Está instaurada en la sociedad la creencia de que la prevención en los ancianos no tiene cabida. Sin embargo, es totalmente erróneo pensar de esa manera. Aun en esa etapa de la vida, es esencial la detección precoz de enfermedades o incapacidades para retrasar los fenómenos acompañantes del envejecimiento. De esta manera, se podrá realizar una rehabilitación eficaz y lograr niveles funcionales altos en los ancianos. Las necesidades y características físicas de cada persona de la tercera edad hacen imprescindible la elaboración de planes específicos.

La prevención se basa en la actuación previa con el objetivo de impedir el desarrollo de las enfermedades y, de este modo, su aparición. Se busca la promoción de la salud mediante la generalización de hábitos saludables y la lucha frente a los factores de riesgo. Son varios los aspectos en los cuales se pueden aplicar medidas de reconocida eficacia que redundan en una mejora de la esperanza de vida y en la calidad de vida.

Los cambios producidos por el envejecimiento hacen deseable una dieta pobre en grasas y azúcares refinados y rica en calcio, fibra, vitaminas -A, E y C- e hidratos de carbono complejos -168 y 169-. A su vez, los líquidos deben ser abundantes.

En cuanto al alcohol, dosis idénticas provocan concentraciones séricas más altas en el anciano. El sistema nervioso central (SNC) del adulto mayor es más sensible, incluso a dosis bajas; en cambio, el consumo moderado no está contraindicado aunque es preciso tener en cuenta la pluripatología y la polimedicación -prescrita o no- que podrían contribuir a su prohibición. En relación al tabaco, su abandono mejora la sintomatología, las pruebas funcionales respiratorias y disminuye el riesgo de neumonía y gripe. El consumo de éste perjudica seriamente al organismo y es preceptiva la orientación de prohibición absoluta.

La actividad física produce mejoría de: la nutrición, la inmunidad, coordinación, movilidad, el aparato cardiovascular, las perspectivas mentales y aumenta la masa muscular y ósea. También se ha comprobado que reduce el riesgo cardiovascular, la masa grasa corporal, mejora el perfil de lípidos, reduce la tensión arterial y la resistencia a la insulina y maximiza la función residual. Cuando se lleva a cabo ejercicio físico programado, los beneficios se obtienen hasta edades muy avanzadas.